Silvia Castillo, periodista
28 junio, 2021

“Si no es la política, ¿cuál es la opción para gestionar nuestras diferencias en sociedad?”

Gustavo Román Jacobo, abogado y asesor político del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), nos encara con esa pregunta que parece tener mil respuestas, pero que en realidad tiene pocas.

Thomas Hobbes, uno de los fundadores de la filosofía política moderna, la respondió hace casi 400 años: la opción es la violencia, la guerra civil, la ley del más fuerte.

Ir más allá del disgusto por una noticia sobre corrupción o sobre enriquecimiento ilícito de algún funcionario gubernamental o un político, detenernos y reflexionar sobre qué es la política y para qué sirve, es uno de los pasos requeridos para que los costarricenses salgamos del desencanto.

La política, destacó Román, le ha permitido al país construir acuerdos en democracia y encontrar soluciones para afrontar desafíos. Sin embargo, el abogado también destacó la necesidad de ser sinceros y reconocer que la corrupción no es exclusiva de la política. “No hay ningún estudio en el mundo, yo al menos no conozco ninguno, que demuestre empíricamente que hay más corrupción en el ámbito de la política que en otros ámbitos de la vida en sociedad”.

Además de abogado, Gustavo Román Jacobo obtuvo un doctorado en Sociedad de la Información y Análisis Crítico del Discurso en la Universidad Complutense de Madrid.

PolítiKAS en línea lo entrevistó el 10 de junio pasado y estas son parte de sus respuestas.

¿Qué se puede hacer para volver a enamorar al costarricense con la política?

Para que los costarricenses se vuelvan a enamorar de la política creo que son necesarias tres cosas. La primera es recuperar el sentido básico de la política, que es el encuentro de los iguales para construir juntos el mundo común. Ese es el sentido original de la política que se corresponde con la dignidad de nuestra especie, con nuestra capacidad racional y la capacidad para la empatía, para resolver diferencias, poniéndonos de acuerdo y construyendo juntos soluciones.

El segundo paso sería imaginar las posibilidades que nos abre la política y el mejor ejemplo a la luz de lo que estamos viviendo, es comparar la epidemia del cólera de 1856 con la pandemia de la COVID-19 que atravesamos. En 1856 falleció aproximadamente el 10% de la población, eso es como si hoy fallecieran 500.000 costarricenses. Es un dato escalofriante e inasumible. ¿Qué marca la diferencia? Muchas cosas, pero hay una que es clave. Tenemos un sistema de salud pública robusto. Eso marca una enorme diferencia entre 1856 y el 2021. Y ese sistema de salud pública no nos cayó del cielo, lo construimos los costarricenses, como ocurre en democracia, con un acuerdo político.

En la década de los cuarenta, personas con visiones muy distintas del mundo se pusieron de acuerdo, negociaron, llegaron a un acuerdo y construyeron esas garantías sociales, esa seguridad social y otras instituciones que en la segunda mitad del siglo 20 se fortalecieron, pero fue un acuerdo político. Entonces el segundo paso para volver a enamorarnos de la política es pensar en sus posibilidades. Hoy tenemos que enfrentar un desafío enorme como es por ejemplo el cambio climático, ¿cómo lo vamos poder enfrentar? Con política porque para eso es la política, para construir los acuerdos que nos permitan afrontar los desafíos que nos va presentando la vida.

El tercer paso, probablemente el menos agradable, pero no menos importantes es ser consciente de sus alternativas, es decir, si no es la política, ¿cuál es la opción para gestionar nuestras diferencias en sociedad? Lo sabemos desde (Thomas) Hobbes es la violencia, es la guerra civil, es la ley del más fuerte. Si no nos encontramos en el espacio público para discutir y tomar decisiones juntos partiendo de que somos iguales y de que tenemos el mismo derecho de participar y aportar en la construcción de esas soluciones, la alternativa a eso puede maquillarse de cualquier manera, pero siempre es la violencia, la imposición. Yo creo que los costarricenses podemos recuperar al menos el sentido de importancia que tiene la política… Cuando se acaba la política no empieza la libertad, lo que sigue es el caos y mucho sufrimiento para la sociedad.

¿Cómo lograr que las personas entiendan que política no es sinónimo de corrupción?

Tenemos que ser sinceros con nosotros mismos y reconocer que la corrupción, las prácticas contrarias a la ley acompañan la vida en sociedad en sus diversos ámbitos. La corrupción no es monopolio de la política, y eso, si nos ponemos sinceros, yo creo que lo sabemos todos. Hay corrupción en el mundo de la empresa, en el mundo académico, en el mundo de los medios de comunicación, en diversos espacios de la vida en sociedad y eso no debe ser una razón para que nos despreocupe o para que consideremos que no es relevante. Hay que combatirla, pero es demagógico, es populista verla como un fenómeno exclusivo del mundo de la política y como una característica general, absoluta, y compartida por todas las personas que intervienen en espacios de decisión política, no es verdad. Simple y sencillamente el dato empírico no respalda esa tesis.

La mayoría de las personas que se dedican a la política son personas honestas y correctas, algunas más lúcidas, otras no tan competentes, pero en su gran mayoría son personas honestas. No hay ningún estudio en el mundo, yo al menos no conozco ninguno, que demuestre empíricamente que hay más corrupción en el ámbito de la política que en otros ámbitos de la vida en sociedad. Lo que sí es verdad es que el trabajo político es un trabajo más expuesto, es un trabajo más visible. Podría ser entonces que la mayor visibilidad de la corrupción en ese espacio nos genere la falsa idea de que ahí ocurre más que en otras partes, lo que es más probable es que ahí sea más visible que en otras partes.

Los contenidos publicados expresan la opinión del autor y autora, y no necesariamente la visión de la Fundación Konrad Adenauer.

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